

Miriam Chepsy las bautizó. Textos nacidos en Internet, al compás de la crisis argentina, pasados por el cedazo de mi modo de ver las cosas, narran en clave de humor, ironía o nostalgia, diversos hechos que pueden resultar atractivos para el lector. Este blog continúa escribiéndose en www.caticronicas2.blogspot.com ¡Los espero!

Preámbulo: “El quechua o quichua es una familia de lenguas estrechamente emparentadas originaria de los Andes centrales que se extiende por la parte occidental de Sudamérica. Es hablada por más de nueve millones de personas y parece no estar relacionada filogénicamente con otras familias conocidas, por lo que es considerada la decimoquinta familia de lenguas más extendida en el planeta y la segunda en América, después del castellano”.
¿Tendrá miedo? Abre sus ojos casi ciegos como si volviera a darle nombre a cada cosa, a cada pequeño detalle del mundo exterior. más allá de las cuatro paredes de su casa.
Muchas gracias desde ya por el honor.
No me cabe duda de que cuando se revise la historia de las costumbres argentinas de fines del siglo pasado y comienzos del presente, el tema del que hoy trataré ocupará un sitio de honor. Porque el tema del ñoqui, de los ñoquis, en sus diversas acepciones, es parte de muchos de los hogares argentinos y me atrevo a afirmar que también uruguayos, lo que le trasmite al fundamento de esta crónica un si es no es decididamente rioplatense.
mes en muchísimas mesas del Río de la Plata se comparte en la mesa familiar una humeante fuente de ñoquis, que se sirve en platos bajo los cuales se coloca un billete, con el fin de que se cumpla el viejo refrán de que “la plata llama a la plata”. Pero… ¡cuidado! porque si la idea multiplicadora se trasladara a otra acepción del vocablo “ñoqui”, nos veríamos rodeados de inútiles, zánganos o parásitos. Me refiero al hecho de que por estos pagos, a ciertos “empleados públicos” que obtuvieron un cargo merced a prebendas políticas y concurren a su lugar de trabajo para cobrar solamente una vez al mes, los días veintinueve, también se los conoce como “ñoquis”, en referencia a la costumbre alimenticia que nos caracteriza. 
El lunes 8 de junio a las 23, hora de Mallorca, 18, hora de Argentina, se trasmitirá el programa en el que tuve la alegría de participar y cuyo backstage acabo de escribir, en la crónica al pie de este envío. Tengo la esperanza de que picando donde dice "en directo" podamos ver el programa en Argentina a través de Internet.
Uno”. ¡Y me convocaron!
curiosidad de que fuera fundada dos veces y sobre mi ya famosa sobrasada a la argentina, mientras un joven absolutamente desencajado amenaza con el vidrio roto de una botella de cerveza, pidiendo dinero, a Daniel, el sonidista madrileño; Enrique, el camarógrafo de Canarias y mi entrevistador no ven nada de lo que sucede a sus espaldas y continúan como si nada mientras a mí, la voz se me estrangula en la garganta procurando excavar en la hondura de mi mente en busca de la palabra justa para que la filmación no se interrumpa…¡Menudo momento! Finalmente, un asistente del equipo logra “convencer” al ladrón de que se retire y Morena busca un policía, mientras quien esto les narra clama por el retorno al cementerio a filmar entre los muertos que, seguramente, hubieran sido más tranquilos que los “vivos” de Parque Lezama.
aire un tanto bohemio y desparpajado pero cálido e inteligente a la vez, hasta el pícaro Daniel y sus ojitos que ríen solos, pasando por Enrique, el simpático “canario”, y Morena, la muchacha rosarina de mirada nostálgica y delicada dulzura, a la que me encantaría volver a ver algún día, sin dejar de mencionar a Diego, chofer y ayudante bien porteño, todos y cada uno hacen lo imposible por hacerme sentir una más de ellos. Y eso, tan simple, convierte esas horas en una fiesta, una verdadera tregua en mi vida,
No sé si se acuerdan los lectores, pero desde que escribí aquella crónica sobre Tomás Orell, el payés del Alto Valle, me hice amiga cibernética del Director del Museo de Allen, que responde al nombre de Lorenzo Brevi. ¡Qué magia la de Internet que permite que estemos al mismo tiempo en Palma de Mallorca y en el Alto Valle! Y todo sin movernos de nuestra casa! ¿Cierto?
veces con la misma piedra.
luchaban por nuestro sur acompañando a sus padres pioneros, enfundadas en el raso y en la seda cuyos pliegues engalanan el salón…O pensar en la fila de comulgantes, orgullosas de los miriñaques que armaban sus vestidos de organza y plumetí, dirigiéndose a la iglesia ubicada en la plaza principal. También ¿por qué no? ver a los bebés, a punto de “cristianarse", como se decía entonces, al pie de la Pila Bautismal. Esos trajes, esos ramos y tiaras, esos limosneros y capotitas, acompañados de las fotografías correspondientes, dicen todo de una época tradicional y romántica, a veces un poquito ingenua y para algunos un si es no es poco sincera, pero sin duda valiosa y representativa de un tiempo y sus costumbres.
Qué hermoso para los familiares de las novias de antaño el encontrar en el museo los maniquíes que representan a sus madres o abuelas en un momento único de sus vidas, trayéndoles una imagen que solamente habían podido imaginar en blanco y negro! Es su propia historia la que esta exposición les brinda. ¿A qué dudarlo?

Chicas de Calendario
Dedicada a Miriam Chepsy, la madrina de mis crónicas, porque esa librería es “nuestro” lugar en el mundo, a Ángela, que ama los libros tanto como su tía nueva y a Jorge, mi esposo, que me sugiriera el título…
superlativamente únicos, que tienen un carácter extraordinario. ¿Cierto? En síntesis, que van más allá de la realidad y pertenecen al mundo de la fantasía, de la ficción, de la concreción de imposibles, en algunos casos.
eneo, en el corazón de la Avenida Santa Fe. Para no resultar demasiado vanidosas omitimos alardear con el hecho de que fue considerada por el periódico británico The Guardian como la segunda librería más bella del mundo, luego de la Boekhandel Selexyz Dominicanen en Maastricht, emplazada en una iglesia perteneciente a los Dominicos, allá por el sudeste de los Países Bajos. ¡La segunda librería más bella del mundo! Pienso… Esta misma, nuestra bella y queridísima ciudad, amante de los libros hasta tener un tramo de la calle Corrientes dedicada a ellos y una gigantesca Feria del Libro de prestigio y nivel absolutamente internacionales, pero en la que me apena que mis visitantes se tengan que doler con los niños de la calle sin la adecuada contención social, o se asombren ante el desorden del tránsito, tiene el privilegio de un lugar de ensueño como éste.
urra primigenio a Mordechai David Glücksmann (Max Glucksmann), nacido en Austria en 1875 y emigrado a la edad de quince años a Argentina. Este hombre extraordinario comenzó su actividad comercial como empleado de la casa de fotografía Lepage, en Bolívar al 300 y finalizó sus días en Buenos Aires, en el año 1946, siendo dueño de setenta cines, amén de haber sido pionero del cine argentino en épocas del cine mudo y realizador de los noticiarios que denominó Actualidades. Sí a este señor tan especial, que fue además el propietario de la firma discográfica EMI, en la que inmortalizaran su música Carlitos Gardel, José Razzano, Roberto Firpo y Francisco Canaro entre tantos autores e intépretes de la música criolla.
Primera Guerra Mundial! Y dígannos si no es lógica nuestra vanagloria como habitantes de Buenos Aires…
Creo que por la misma razón, Mercedes, mi Mercedes, persiste hablando de lo lindo que fue conversar y pasear con Joana Aina, de cuánto le gustó conocer los suaves modos de esta prima apenas descubierta y asomarse, en su voz y su hablar pausado, a mundos hasta ahora desconocidos para ella. También Fernando
reconoce que se dejó seducir por sus modos y por esas fotos tan bonitas que le trajo como recuerdo de las auroras boreales que conociera en su viaje a Groenlandia. Todo un personaje esta muchacha tranquila y curiosa, observadora y cálida, discreta y afectuosa al mismo tiempo.
ciudad con los primeros jardines paisajistas igualmente ideados aquí por él. No dejó de aprovechar la cosa para lección de civismo, abriendo aquél paseo en la antigua posesión de Rosas, para Sarmiento, el representante del atraso colonial, y denominándolo con la data de Caseros. Quería que el famoso Palermo de San Benito, residencia del tirano, y por ello temible u odiosa para tantos argentinos, redimiera su mala fama, ofreciendo a todos el recreo gratuito de las bellas arboledas...
Nuestra primera foto tiene lugar entonces, a los pies de una estatua de Sarmiento, mientras cuento a las primas estas historias y sucesos, mientras nos regocijamos con el sol y la brisa suave y aromática, con los lagos y las plumas blancas de los patos que relucen bajo el sol de una mañana de enero en pleno abril. ¡Qué regalo de la vida!
¿Se ha vuelto loca esta mujer? Dirán ustedes. ¡Qué va! ¿De qué otro modo que guardianes de la belleza de las flores y amorosos amigos de duendes y de hadas podría considerarse a William Shakespeare, a Rosalía de Castro y Alfonsina Storni, a Dante Alighieri o Federico García Lorca, Antonio Machado y Jorge Luis Borges, eternos custodios en bronce del Jardín de los Poetas?
ca nuestra flor nacional, la flor de ceibo, que refulge en rojos ahí nomás, apuñalando el cielo más azul que pueda imaginarse…
Ilustrada con una bellísima fotografía en blanco y negro acaba de aparecer el texto sobre las "greixoneras" en la página de la Fundación Balear Exterior .
Cacerola, cazo, cazuela, marmita, perol, piñata, olla, puchero, pote, vasija, recipiente. Todas palabras que refieren al símbolo de la cocina por excelencia. Sin embargo, aún en presencia de este sinnúmero de vocablos, hubo en casa desde siempre, y a pesar de las distancias entre las Islas Baleares y Buenos Aires, uno absolutamente mallorquín y emblemático: la palabra “greixonera” que era la empleada por todos nosotros como si en vez de vivir en la ciudad del tango, lo hiciésemos en la isla del copeo y el “ball de bot”.
Según la enciclopedia, los osos son mamíferos enormes, generalmente omnívoros que, a pesar de su temible dentadura, comen frutos, raíces e insectos, además de carne. Con sus pesados cuerpos y sus poderosas mandíbulas se mueven con un andar pesado, apoyando toda la planta de los pies. Poseen orejas cortas y cola rudimentaria. Son varias las ciudades que tienen como símbolo la imagen de un oso, entre otras, Madrid y Berlín.
Claro que también los ha elegido como emblema un pueblo entrañable para mí como Campos, en Mallorca, allí donde mi papá viviera su adolescencia balear. Tal vez por eso, apenas supe de la presencia de estos animales en mi ciudad, corrí a su encuentro.
a de toros, El Retiro sirvió para alojar a San Martín y sus Granaderos a Caballo y, naturalmente, fue el sitio elegido en 1862 para honrar al General con la estatua ecuestre que hoy se puede apreciar. Rediseñada por Carlos Thays, el mágnifico paisajista responsable de la mayoría de las plazas porteñas, y rodeada de edificios emblemáticos como el Kavanagh y el Plaza Hotel, la Plaza San Martín es un lugar delicioso para visitar y, más todavía, estando tan poblado por osos simpatiquísimos.
Comenzando con el oso argentino, fileteado de firuletes y con Gardel en la panza, pasando por el norteamericano, que remeda la Estatua de la Libertad neoyorquina, cada uno despierta interés y tiene su gracia. Allí, el verde exuberante del oso mexicano, más allá, un paraguayito cubierto de verde con iguanas de madera. ¿Y los provenientes de lo que fuere la vieja “Cortina de Hierro”, con sus pinturas floridas y delicados paisajes?
Hace mucho que no escribo, amigos, pero para mí es visceral hoy la necesidad de reencontrarme con la palabra, con ustedes y con esta ciudad en la que vivo y en la que “por todo y a pesar de todo”, como diría María Elena Walsh, quiero seguir viviendo.
Por eso, para poder soltar las amarras del silencio, elijo a aquel hombre que convirtió en colores el carbón, los barcos y la gente. Por eso contaré del pintor, grabador y muralista Benito Quinquela Martín, para decir a mi ciudad desde él, desde su barrio de La Boca y desde esa vuelta de Rocha que, aun ahora, despojada de cargas y descargas, es un lugar muy especial de Buenos Aires porque lleva, para siempre, la firma de Quinquela y el sello de su hombría de bien desinteresada y generosa.
¿Por qué el sello? ¿Por qué la vuelta de Rocha? ¡Si todo el mundo cuando habla de La Boca se deshace en Caminito! Porque es ahí, en la vuelta, y frente al río, donde Quinquela dejó el testimonio concreto de su fidelidad, más allá aun de su magnífico arte. Si se fijan bien hay en ese lugar varios edificios que, pintados de colores vivos, saludan a las aguas. Son una escuela-museo, un teatro, un lactario, un instituto de artes gráficas y hasta un hospital odontológico. Todos donados por el hombre fiel, el hombre bueno, dedicados a su gente; todos decorados con los murales de Quinquela, que pintan,
sobre todo, los matices del trabajo y de los barcos, de aquello que lo rodeaba y que era para él su misma esencia.
Benito fue un expósito. Pero tuvo, sin duda, marcado su destino más allá de abandonos e infortunios, en la áspera ternura de Manuel Chinchella, su papá adoptivo, italiano, estibador y carbonero (quien -debemos decirlo-
deseaba para Benito un “trabajo verdadero”, ya fuere hombreando bolsas o en el negocio familiar, si compelía, porque “eso del arte” no aseguraría al hijo un futuro “seguro”, aunque finalmente comprendió que el camino que se le abría era diferente del por él imaginado) pero, y sobre todo, en la comprensiva admiración de Justina Molina, su mamá adoptiva, que siempre confió en las condiciones de su hijo, apoyándolo incondicionalmente en el destino de ser todo un artista.
Benito era artista desde niño, pero casi hombre intentó brevemente obtener formación rigurosa y académica; claro que la fuerza de su arte -del que decía: “Además de antiacadémico, yo era un pintor fácil y rápido, cuando pintaba lo mío. La facilidad me la daba el tema. El puerto, los barcos, el río, las grúas, los astilleros, los obreros, la vida afiebrada del trabajo, eran temas que yo llevaba adentro y los trataba con facilidad”- se sintió más encauzada con el acompañamiento de gente como el maestro Alfredo Lazzari, quien le enseñara dibujo y pintura en el Conservatorio Pezzini Sttiatessi, una de las tantas “Sociedades” en las que se educaban los inmigrantes en aquellos tiempos en que los trabajadores aspiraban “a más” a partir del acceso a la cultura. Poco a poco, sus amigos artistas, como Stagnaro o Lacámera, también lo acompañarían con su obra. Pero fue el encuentro con Pío Collivadino, Director de la Academia de Bellas Artes, a quien conoció pintando en el muelle de la Boca, el primer peldaño en su crecimiento como artista. La pintura de Quinquela impactó fuertemente a Collivadino, quien afirmó: "Usted puede ser el pintor de la Boca y su puerto. Aquí hay ambiente, carácter, fuerza. Y además una personalidad original, un modo distinto de ver y de pintar."
El generoso Pio Collivadino compartió con nuestro hombre a su secretar
io, Eduardo Talladrid, el cual se transformó en verdadero promotor del arte de Benito, llevándolo a los más importantes salones de Argentina y de España, Francia, Italia y Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo. Y fue así, a partir de su arte, como Benito pudo comprar para sus padres la casa familiar, regalándoles la tranquilidad “del techo” tan ansiado por todo inmigrante en esta tierra.
Aunque la fama y la fortuna tocaron a su puerta, jamás le hicieron olvidar su barrio, su gente, las cosas simples con las que había convivido. Un ejemplo de ello fue una exposición “en el Jockey Club, organizada por las Damas de Beneficencia de Buenos Aires. En ésta ocurrió un hecho muy particular. Se repartieron dos clases de invitaciones, unas dirigidas hacia lo más encumbrado de la sociedad porteña y otras hacia los obreros y artistas de la Boca. Esta diferencia de clases tan marcada, se vio reflejada en el público que asistió ese día: la aristocracia y el pueblo se encontraron a través del arte de Quinquela”*(buenosaires.gov.ar).
Pintando su aldea de jornaleros, estibas y carbón, Quinquela pudo llegar al mundo. Pero dijo: “El puerto de la Boca es mi gran tema, el que concuerda más con mi sensibilidad y no saldré de él. Cada artista debe consagrarse a lo suyo: lo esencial no es renovar los temas sino renovarse uno mismo, dentro de los temas crear nuevos mundos sin salir de ellos. Espero haberlo conseguido, porque he puesto mi alma en lograrlo."
Desde entonces hasta su muerte, Quinquela pintó de colores su realidad de naves y de río. Desde los rojos de un incendio hasta los multicolores estibajes. Toda la Boca vivió en su paleta y en sus espátulas, vibró en grabados intensos y espectrales.
“Representó en sus obras el Riachuelo y la vuelta de Rocha, la intensa actividad, el movimiento, el ritmo del trabajo, (rudas faenas de los barcos, talleres metalúrgicos, fundiciones), el río, las grúas, los astilleros, barcos anclados o en reparación, amarrados o cargando cereales, frutas o carbón, proas, mástiles, distintos momentos del día en el puerto, paisajes, resplandores de efectos de sol, aguas turbias, cielos, humos, movimientos, luz y energía” y toda esa vida , por obra del maestro, se prendió de las paredes de escuelas y teatros donados por él a sus vecinos, como una manera de mejorar la existencia a través del arte.
Eso sí, no podemos hablar de Quinquela Martín, y no decir nada de su sentido del humor y su optimismo, de su complacencia en la amistad y en el afecto.
Dos son las pruebas de lo que afirmo.
La primera, referida al humor y a la amistad, nos hace citar su cargo de “Gran Maestre de la Orden del Tornillo”, una condecoración consistente en un simpático tornillo soldado a una cadena, que se otorgaba durante los encuentros dominicales de artistas que tenían lugar en su atellier-vivienda-museo a las personas que, siendo artistas, embajadores, benefactores, músicos, periodistas o poetas se destacaban por su bonhomía espiritual. Quizás era una forma de contrarrestar el tornillo que según un famoso tango le falta al mundo…¿Verdad?
La segunda muestra de humor llevada a su máxima expresión la da el hecho de haber pintado en vida su ataúd con el más vibrante colorido. Solamente alguien excepcional puede atreverse a tamaño gesto, no me digan que no…
"El color nace con uno, es instintivo, elegí el color para las flores y el paisaje, para mis barcos y mis cielos, para este riachuelo que prolonga mi vida hacia un río de cambiantes tonos. El color nunca muere, y yo entre colores seguiré viviendo, iré prendido a los colores hasta después de muerto". Con este criterio, Quinquela pintó su propio ataúd "este lugar será el santuario para mi después". Para la superficie exterior utilizó una amplia gama de colores en sucesivas franjas de celeste, verde limón, verde lino, rojo, azul, amarillo y marrón, en la tapa pintó una cruz y un barco y en el interior parte de rosa y parte con los colores de la bandera argentina. "El color no tiene fin. Cada color expresa un momento, una emoción y como yo quiero rendir homenaje a los colores aún después de muerto, pinté yo mismo mi ataúd con los colores argentinos por dentro, y por fuera con los siete del arco iris. "